martes, 7 de mayo de 2013

El misterio de Tassili.







En Tassili (Argelia), sobre las rocas saharianas, los hombres del neolítico dibujaron sorprendentes figuras humanoides que extrañamente parecen cosmonautas. ¿Por qué?
"Con cabeza en forma de tulipán y cuerpo de reloj de arena, estas figuras parecen provenir de otro planeta más que de otra época".
Es lo que afirmó David Coulson, de la revista National Geographic, cuando se encontró ante las figuras antropomorfas pintadas hace ocho mil  años en Tassili. Su objetivo era fotografiarlas al detalle una a una. Entre foto y foto no podía dejar de fijarse en el aspecto de aquellas imágenes policromadas y suavemente trazadas sobre la roca. Era impactante, tanto que se vio en la obligación de aceptar que era lógico que muchos estudiosos hubieran identificado a aquellos humanoides con una suerte de "marcianos" procedentes de lejanos mundos.

Probablemente sean una de las pinturas prehistóricas más inquietantes del planeta. Y hay razones suficientes para afirmarlo: si partimos de que esas imágenes sobre piedra son realistas, no cabe duda de que quienes las inspiraron tuvieron que ser semejantes a como están pintados.



Tassili es una gran isla de piedra en medio del Sahara. Un día, hace ocho mil años, y desde entonces hasta hace dos mil quinientos, fecha de la que datan las más recientes obras pictóricas, estas piedras de Tassili comenzaron a convertirse en el mural sobre el cual aquellos hombres, que aún no conocían la civilización, plasmaron el aspecto de unos seres cuya identidad sigue siendo un misterio para nosotros.

Hoy es un mundo seco y árido. Pero en aquella época, y hasta hace unos 4.000 años, Tassili fue un auténtico vergel.

Las primeras noticias referentes a este maravilloso "museo" se conocieron en Europa en los años de la primera guerra, difundidas por asombrados oficiales de la Legión Extranjera que se habían aventurado hasta regiones situadas a más de 1400 kilómetros de Argel. Las pinturas fueron descubiertas en 1934 en el cauce del río Djerat, hoy completamente seco. Fue un oficial francés, el teniente Brenans, comandante del puesto en el que se aposentaban las tropas militares a cuyas filas pertenecía, eran los tiempos de la ocupación gala de Argelia, quien las descubrió mientras inspeccionaba los oasis del lugar. Ante él apareció aquel conjunto de cientos de figuras perfectamente pintadas. Encontró –además– representaciones de hipopótamos, elefantes, cocodrilos, etc.

Todas las pinturas eran de un realismo que impresionaba. Brenans quedó fascinado ante ellas. Acudió presto al campamento. Desde allí dio buena cuenta de su hallazgo al antropólogo Henri Lothe. Fue el comienzo de una larga aventura para el científico francés, que viajó al lugar en diferentes ocasiones clasificando una a una, con esmero y detalle, todas aquellas pinturas. Dos décadas después, Lothe acabó su trabajo.



Henri Lothe
Luego de los primeros comentarios y especulaciones en torno del suceso, transcurrieron varios años hasta que un reducido grupo de especialistas en cuestiones saharianas efectuara una breve e incompleta recorrida por los peñascos del Tassili, verdadero reino de la desolación y el silencio. La guerra frustró cualquier intento serio de investigación y los exploradores retornaron a prestar servicios en las fuerzas Armadas francesas. Entre ellos se hallaba Henri Lothe, un personaje singular por su inquebrantable voluntad y su pasión por el desierto.
Huérfano desde niño comenzó a trabajar a los 14 años y luego de incontables esfuerzos un grave accidente malogró su carrera de aviador militar. A los 20 años buscó la manera de penetrar en el desierto y luego de varios intentos halló una insólita salida. El director de los territorios del sur le ofreció los 2.000 francos de la partida que poseía para combatir la langosta en el desierto. Con esta exigua suma, Lhote compró un camello, algunos libros sobre la langosta y tomó camino del desierto con un total desconocimiento de los peligros que podrían aguardarlo en ese océano de arena. Allí paso tres años completos alejado de la civilización. Recorrió el Sahara en varios sentidos en viajes que sumaron más de 80.000 kilómetros y trabó amistad con los tuaregs que pueblan la región de los ríos secos en el macizo del Ahaggar. Por su conocimiento del desierto y de los grupos sociales nativos, la Sorbona lo premió con un doctorado. Estimulado por esta distinción y cuando se aprestaba a organizar una expedición para rescatar de la piedra las enigmáticas figuras de los "dioses" del Tassili, estalló la segunda guerra.
Ya en servicio, una lesión en la columna vertebral redujo a Lhote a un lecho de inválido donde hubo de permanecer 10 años tendido de espaldas. El destino volvía a interponerse entre él y su sueño de trasladar al papel aquellos tesoros del arte arcaico que había admirado durante sus exploraciones en el corazón del Sahara.
A comienzos de 1956 luego de obtener la ayuda del gobierno francés y de diversas entidades científicas pudo al fin organizar la expedición. No sólo el viaje, sino también la permanencia en esas regiones de aridez implacable donde gran número de desfiladeros jamás habían sido hollados por el hombre, presagiaban toda clase de riesgos. Pero Henri Lhote había tenido que postergar varias veces su deseo, como para retroceder ante el peligro.
En febrero el equipo Lhote se pone en marcha hacia lo desconocido. Treinta camellos, un guía tuareg, dos auxiliares y los especialistas: George Le Poitevian (43 años), pintor apasionado por el mar y el Sahara; Claude Guichard (23 años), minucioso fresquista; Jaques Vilet (20 años), cumplidos en Tassili, alumno de la Escuela de Artes Aplicadas; Phillippe Letellier (20 años), fotógrafo y cineasta de la misión y finalmente Irene Montandon, diplomada en lengua beréber, que vivía entre los tuaregs y que participaría durante tres meses en la expedición.
Las jornadas son agotadoras. Partiendo de Yanet comienzan los desfiladeros de montaña. Situada a más de 700 metros de altura la meseta del Tassili. Oigamos al propio Lhote cuando describe la dramática escalada: "Las bestias tienen cortado el aliento por el esfuerzo, la rampa es cada vez más empinada y la mole de pedruscos se va haciendo más imponente. Algunos camellos se desploman bajo la carga que cae rodando torrentera abajo; los hombres deben acudir a todas partes. En los guijarros se perciben huellas de sangre, pues sin excepción todos tienen despellejadas las patas y se han dañado las pezuñas en las aristas cortantes de las rocas. El animal que lleva las grandes cajas con los tableros de dibujo acaba de desplomarse bajo su carga que ha dado contra una peña y está claro que jamás podrá incorporarse. Mando sacar los tableros y tomo la decisión de que nos los carguemos al hombro. Cada uno recibe su parte y aquí comienza el calvario para todos, pues aún no se divisa la cima y el sendero se encrespa más y más bajo nuestros pies…"
Finalmente se cumple la hazaña y en plena meseta de arenisca cada día reserva sorpresas. Ciudadelas rocosas, cuevas, acantilados. Gran parte del terreno donde están dispersas las cuevas semeja a un alucinante paisaje lunar "Lo deforme y lo fantástico de sus contornos finge graneros desfondados, castillos de ruinosos torreones, decapitados gigantes en actitud de súplica. Atraviesan ese dédalo y en él se entrecruzan desfiladeros de piso arenoso, angostos como callejas medievales. Quien allí se aventura cree hallarse en una ciudad de pesadilla".
Pero Lhote ha llegado a su meta y comienza el trabajo sistemático de calco y coloreado.
En cada vuelta del laberinto aparecen nuevas colecciones del arte parietal. En general son muy raras las pinturas planas. Las grandes escenas, los cazadores, los arqueros, las gacelas diminutas o los dioses descomunales y amenazadores se encuentran en superficies cóncavas o convexas. Para calcarlas centímetro a centímetro, es preciso permanecer de rodillas o tendido de espaldas en angostas salientes de roca.
De esa manera se registran cientos de paredes. "Estábamos literalmente trastornados por la variedad de estilos y de temas superpuestos -escribe Lhote-, en suma, nos tocó enfrentarnos con el mayor museo de arte prehistórico existente en el mundo y con imágenes arcaicas de gran calidad, pertenecientes a una escuela desconocida hasta el presente".
Después de estudiar las regiones de Tan-Zumaitak y Tamir, el equipo de Henri Lhote se dirigió al pequeño macizo de Yabbaren. "Cuando veas Yabbaren –le había dicho su viejo camarada Brenans– te quedarás estupefacto". Y así fue en realidad. Yabbaren que el idioma de os tuaregs significa "los gigantes" se distingue por las presuntas representaciones humanas, gigantescas y desconcertantes. "Cuando nos encontramos entre las cúpulas de areniscas que se parecen a las aldeas negras de chozas redondas – dice Lhote– no pudimos reprimir un gesto de admiración. El conjunto constituye una verdadera ciudad, con sus callejas, sus encrucijadas, sus plazas; y todas las paredes están cubiertas con pinturas de los más diversos estilos, aunque sobresalen los "dioses de cabeza redonda", frescos de gran tamaño pintados en los tiempos prehistóricos, entre los 7.500 y 8.000 años antes de Cristo".
Se trataba de grabados de seres de gran estatura que aparecen representados en varias escenas junto a cazadores del neolítico. Estos últimos, frente a aquellos, eran mucho más bajos. Y aquéllos, frente a éstos, parecían estar protegidos por armazones que se antojan propios de auténticos trajes de astronauta.
Los expertos dicen que los cazadores que aparecen en las escenas presentan, al igual que los animales, un marcado carácter realista. Bajo este prisma, habría que pensar lo mismo a propósito de los peculiares humanoides, que serían en realidad tal cual los pintaron.

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Una de las figuras, de seis metros de altura fue bautizada como «el gran dios marciano». La imagen se convirtió, desde ese preciso momento, en uno de los iconos más representativos de lo que pudieron ser visitas de seres de otros mundos en el pasado. A fin de cuentas, esos grabados son algo así como libros de historia que reflejan hechos singulares a los que nuestros ancestros habían asistido, y de entre todos los hechos, aquél fue o debió ser, sin duda, el más excepcional.


El mismo Lhote luego de observar al gran dios de seis metros de alto pintado en el techo combado de un abrigo profundo, escribió: "Hay que retroceder un tanto para verlo en conjunto. El perfil es simple, y la cabeza redonda y sin más detalles que un doble óvalo en mitad de la cara, recuerda la imagen que comúnmente nos forjamos de un ser de otro planeta".


Los "marcianos" –prosigue– abundan en Yabbaren y hemos podido trasladar no pocos frescos espléndidos referentes a su estadía. Brenans había señalado algunos pero las mejores piezas le habían pasado por alto pues son prácticamente invisibles y para volverlas a la luz había sido menester un buen lavado de las paredes con esponja.



Entre estos descubrimientos aparece un gran fresco cuya figura central es el "dios astronauta" al que Lhote considera representante de un período algo anterior (cabezas redondas evolucionadas) al del "dios marciano" (cabezas redondas decadentes).
Sin embargo, los presuntos "cosmonautas" se repiten también en Azyefú, en Ti-n-Tazafif y en Sefar. En Ananguat, dentro de un fresco de estilos diversos se observa un extraño personaje que con los brazos tendidos hacia delante sale de un curioso ovoide.

Al respecto, Lhote ha escrito lo siguiente al describir el fresco. "Más abajo, otro hombre emerge de un ovoide con círculos concéntricos que recuerda un huevo…Toda prudencia es poca para interpretar semejante escena, ya que nos hallamos ante unos temas pictóricos sin precedentes".



Estas palabras del célebre explorador que rescató el patrimonio artístico de desconocidos hombres prehistóricos, señalan con exactitud los términos en que se halla planteado el enigma de muchos frescos del Tassili. Cualquier afirmación puede ser aventurada. A día de hoy no existe otra explicación para las pinturas de Tassili. Representaban a alguien, pero falta saber a quién.




Las más recientes investigaciones inciden en lo ya señalado. Pierre Colombel, director del departamento de prehistoria del Museo del Hombre de París, es quien en la actualidad trata de resolver el enigma. Su conclusión, por el momento, es inequívoca: "Aquellos hombres de enorme estatura y cubiertos con monos y escafandras son divinidades y criaturas que para los antiguos habitantes del Sahara eran auténticos dioses".Tassili seguirá siendo objeto de estudio. De hecho, estas pinturas –como ya he dicho– además de poder constituir una prueba de la visita de seres de otros mundos en el pasado, los estudios han puesto al descubierto también una serie de grafías que bien pudieran representar los primeros signos pertenecientes a un antiquísimo lenguaje y escritura. De confirmarse, habría que comenzar a pensar que aquellos hombres tuvieron acceso a una serie de conocimientos que les llevaron a elaborar lo que pudo ser la primera escritura. Entonces, podríamos sopesar una fascinante posibilidad: ¿se la revelaron sus dioses con aspecto de cosmonautas?.

Cuelgo vídeos del programa "Cuarto milenio" relacionados con el tema.


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